Tumor estromal gastrointestinal
Efectos adversos del Glivec
Glivec es un tratamiento tóxico que debe ser prescrito y consumido bajo la supervisión de un oncólogo versado en su manejo. Aun así, con unas pocas precauciones, la mayoría de los pacientes puede seguir llevando una vida completamente normal. Al contrario de lo que sucede con muchos de los efectos adversos de la quimioterapia, los de Glivec generan tolerancia; esto quiere decir que son más llevaderos cuanto más tiempo se consume el medicamento.
La retención de líquidos es el efecto adverso más común. Por regla general se manifiesta en forma de edema (hinchazón blanda, sin enrojecimiento, que deja la huella del dedo al comprimirla) en los párpados y en los tobillos. Si la retención de líquidos ocurre en personas con insuficiencia cardiaca o se acumula en torno a los pulmones (derrame pulmonar) o al corazón (derrame pericárdico) puede ser peligrosa. Por fortuna, la retención de líquidos es muy fácil de tratar con fármacos que aumentan la producción de orina (diuréticos) y muy sencilla de detectar.
Un litro de agua pesa un kilo, de modo que un paciente tratado con Glivec debe llevar un detallado registro de su peso. Durante las primeras semanas de tratamiento es conveniente que se pese a diario, semanalmente más tarde y basta con una vez al mes cuando ya lleve varios meses bajo tratamiento. Cualquier aumento brusco del peso debe ser puesto inmediatamente en conocimiento del oncólogo. Este aumento de peso no debe confundirse con la recuperación paulatina del peso que suele haberse perdido en los meses anteriores al diagnóstico de la enfermedad, lo que es señal segura de mejoría.
Los glóbulos blancos, los glóbulos rojos y las plaquetas de la sangre pueden descender anormalmente bajo el efecto de Glivec. Si se rebasa cierto límite, existe riesgo de infecciones y hemorragias graves. Con toda seguridad, el oncólogo realizará un análisis de sangre, con mucha frecuencia al principio del tratamiento y a intervalos más largos a medida que transcurra el tiempo. Si observa que descienden los valores, suspenderá el tratamiento algunas semanas para permitir la recuperación.
Glivec puede irritar la mucosa gástrica, algo que puede evitarse tomando el producto junto con las comidas y con mucha agua. El ardor o el dolor en la boca del estómago son síntomas importantes que se deben comunicar al oncólogo. Los pacientes con antecedentes de úlcera de estómago o de duodeno han de consumir protectores gástricos.
La toxicidad hepática es el último efecto adverso común del Glivec. Por lo general es leve y sólo detectada por el médico en los análisis debido a un aumento de las transaminasas. Suele mejorar reduciendo la dosis o interrumpiendo temporalmente el tratamiento. Las personas con insuficiencia hepática previa o con antecedentes de hepatitis deben vigilarse estrechamente.
Otras toxicidades son muy poco comunes y dependen más bien de la sensibilidad individual de cada persona al medicamento. La toxicidad crónica más común de Glivec®, aquella que no suele mejorar, sino empeorar con el tiempo, es la anemia, que se manifiesta como cansancio y palidez. Como no es una anemia por falta de hierro ni vitaminas, no se puede contrarrestar con la dieta. Suele responder bien a ciertos medicamentos inyectables por vía subcutánea que maneja de rutina cualquier oncólogo.
La retención de líquidos es el efecto adverso más común. Por regla general se manifiesta en forma de edema (hinchazón blanda, sin enrojecimiento, que deja la huella del dedo al comprimirla) en los párpados y en los tobillos. Si la retención de líquidos ocurre en personas con insuficiencia cardiaca o se acumula en torno a los pulmones (derrame pulmonar) o al corazón (derrame pericárdico) puede ser peligrosa. Por fortuna, la retención de líquidos es muy fácil de tratar con fármacos que aumentan la producción de orina (diuréticos) y muy sencilla de detectar.
Un litro de agua pesa un kilo, de modo que un paciente tratado con Glivec debe llevar un detallado registro de su peso. Durante las primeras semanas de tratamiento es conveniente que se pese a diario, semanalmente más tarde y basta con una vez al mes cuando ya lleve varios meses bajo tratamiento. Cualquier aumento brusco del peso debe ser puesto inmediatamente en conocimiento del oncólogo. Este aumento de peso no debe confundirse con la recuperación paulatina del peso que suele haberse perdido en los meses anteriores al diagnóstico de la enfermedad, lo que es señal segura de mejoría.
Los glóbulos blancos, los glóbulos rojos y las plaquetas de la sangre pueden descender anormalmente bajo el efecto de Glivec. Si se rebasa cierto límite, existe riesgo de infecciones y hemorragias graves. Con toda seguridad, el oncólogo realizará un análisis de sangre, con mucha frecuencia al principio del tratamiento y a intervalos más largos a medida que transcurra el tiempo. Si observa que descienden los valores, suspenderá el tratamiento algunas semanas para permitir la recuperación.
Glivec puede irritar la mucosa gástrica, algo que puede evitarse tomando el producto junto con las comidas y con mucha agua. El ardor o el dolor en la boca del estómago son síntomas importantes que se deben comunicar al oncólogo. Los pacientes con antecedentes de úlcera de estómago o de duodeno han de consumir protectores gástricos.
La toxicidad hepática es el último efecto adverso común del Glivec. Por lo general es leve y sólo detectada por el médico en los análisis debido a un aumento de las transaminasas. Suele mejorar reduciendo la dosis o interrumpiendo temporalmente el tratamiento. Las personas con insuficiencia hepática previa o con antecedentes de hepatitis deben vigilarse estrechamente.
Otras toxicidades son muy poco comunes y dependen más bien de la sensibilidad individual de cada persona al medicamento. La toxicidad crónica más común de Glivec®, aquella que no suele mejorar, sino empeorar con el tiempo, es la anemia, que se manifiesta como cansancio y palidez. Como no es una anemia por falta de hierro ni vitaminas, no se puede contrarrestar con la dieta. Suele responder bien a ciertos medicamentos inyectables por vía subcutánea que maneja de rutina cualquier oncólogo.